Presentación

jacinto-guerrero.jpg Jacinto Guerrero fue uno de los más importantes protagonistas de la última generación de compositores dedicados al género lírico español. 

Hombre vital, extravertido y emprendedor, afrontó muy distintos proyectos y responsabilidades. Construyó un teatro en la Gran Vía madrileña, el Coliseum, edificio para el que contó con la colaboración del arquitecto futurista Casto Fernández-Shaw. También desempeñó cargos públicos llegando a ser concejal del Ayuntamiento de Madrid y presidente de la Sociedad General de Autores (SGAE) para la que adquirió el edificio que actualmente es su sede, el modernista palacio de Longoria. 

Pero su auténtica vocación y trabajo fue la música. Como compositor dejó un abrumador catálogo de obras en el que se incluye un buen número de composiciones todavía en repertorio. Son obras características de su tiempo, que caminaron de la zarzuela a la revista, de las realizaciones propias del género grande, tan de moda en las décadas previas a la Guerra Civil española, a la ligereza de géneros más dados a la inmediatez y la visualidad escénica. 

Entre las primeras destacan La alsaciana (1921), La montería (1922), Los gavilanes (1923), El huésped del sevillano (1926), a partir de Miguel de Cervantes, La rosa del azafrán (1930), uno de los más depurados ejemplos de zarzuela regionalista, y La fama del tartanero (1931). Entre las segundas hay obras que fueron un hito en su tiempo como El El sobre verde (1927), La orgía dorada (1928), ¡5 minutos nada menos! (1944) que alcanzó las 3.000 representaciones, y La blanca doble (1947). 

Guerrero también realizó otros trabajos menos divulgados, que incluyen momentos musicalmente muy inspirados, como el sainete Don Quintín el amargao (1924) y las zarzuelas Martierra (1928), El ama (1933) y Loza Lozana (1943). Además de las obras escénicas, participó en proyectos de enorme repercusión, entre ellos la sonorización cinematográfica para Garbancito de la Mancha (1945), primera película de dibujos animados española, y curiosas iniciativas publicitarias, a la cabeza el anuncio dedicado a la muñeca Mariquita Pérez (1940). 

Por todo ello, Jacinto Guerrero fue un autor popularísimo, alguien muy querido y admirado que desde el punto de vista personal siempre dio muestras de una inquebrantable simpatía, cordialidad y generosidad. Por eso, si difícil es encontrar una obra suya que no contenga, al menos, un número de éxito, más complicado es ver una fotografía donde no muestre su más sincera expresión: una sonrisa abierta y espontánea.